Torreon, Coah.
Edición:
22-Abr-2024
Año
21
Número:
901
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MI VERDAD / 690


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Por:
Agente 57
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11-02-2019
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POR: AGENTE 57

ARRANCAMOS…ALGO POR CONOCER.- Amiano Marcelino, un sirio helenista que alcanza la fama como clásico latino en la vieja cuna del Imperio Romano. Ciertamente, Amiano cree en los viejos dioses de Roma, pero a la manera de su tiempo. Los dioses son personificaciones de ciertas fuerzas naturales que están sometidas y ordenadas por un principio único, hasta cierto punto racional y reconocible. Cree que es bueno honrar a los dioses. Pero tiende claramente hacia un monoteísmo de fondo. Es la actitud religiosa de la mayor parte de sus contemporáneos cultos que no han abrazado la fe cristiana. Y es una teología común y de divulgación, que no alcanza a los primores de la reflexión neoplatónica. Cree, también, en la mántica, como lógica consecuencia de la gran unidad cósmica y del curso racional que la guía. Pero abomina todos los excesos y nunca va más allá de lo sensatamente razonable. Él no participa de las especulaciones metafísicas, pero tampoco de los entusiasmos religiosos y los excesos sacrificiales del emperador Juliano. En la desmesura religiosa, Amiano no duda en desaprobar al emperador admirado, como tampoco disimula su desagrado ante lo que tiene de tiránico e ilegal el decreto que obstaculiza la docencia a los rhetores cristianos, o el que impone indiscriminadamente las pesadas cargas curiales a quienes estaban razonablemente exentos de ellas. La independencia de juicio del historiador no se detiene ni ante la figura del protagonista principal de la obra Res gestae. Amiano, por adopción voluntaria último gran historiador pagano de la Roma Imperial, resume en su persona de forma perfecta las grandes cualidades legendarias del romano: serenidad, constancia, amor a la justicia y a la gloria, y un sentido práctico que va más allá de las variables circunstancias. De acuerdo con este ideal, él no afecta ignorancia del fenómeno cristiano, como los grandes portavoces del renacimiento pagano de finales del siglo IV que tropiezan con él cada día pero simulan no verlo. Ni siente por el cristianismo una antipatía visceral como la de Juliano, que tantos motivos tenía para alimentar estos sentimientos hacia la religión de sus primos. Pero mucho menos acepta el apasionamiento religioso de judíos y cristianos y, sobre todo, la cerrazón, pertinacia y malas artes de las facciones que desgarran el cristianismo. Si la nueva fe es ahora triunfante en lo político, se agita convulsa en lo religioso, no sólo por las diferencias dogmáticas iniciadas por Arrio (h. 280-336), sino también por la misma ebriedad del reciente poder. Amiano es capaz –extraña excepción entre los paganos-de comprender la grandeza del mártir; alaba las virtudes de los pequeños obispos provincianos. Pero advierte el boato del obispo romano; el trasfondo político y las extralimitaciones de Atanasio de Alejandría o de su adversario Jorge de Cesarea; la diferencia entre la fe auténtica del cristianismo y la <<superstición de vieja>> de constancio. Incluso su perfecto liberalismo le permite aludir al espinoso problema de la muerte de su héroe, Juliano, sin poner en duda la lealtad ciudadana y patriótica de los cristianos. En efecto, al narrar la última batalla del emperador pagano, la presenta como un hecho desgraciado, en buena medida auspiciado por los errores y temeridad del propio Juliano. Sólo en las páginas destinadas a Joviano y casi para explicar la desmesura del vergonzoso tratado de paz con Persia con que cerró la campaña militar de su antecesor Amiano recoge discretamente el rumor del asesinato de Juliano en manos cristianas: los persas afirman que el arma partió de manos romanas, ni siquiera especifica el historiador que quizá fueran <<cristianas>>; le basta con que sean <<romanas>> para señalar las fuertes tensiones existentes en el ejército después de los éxitos primeros. Todavía es más admirable esta contención de Amiano si se recuerda que, para él, el emperador legítima y unánimemente elegido  tiene mucho de divino, de sagrado, tanto si es cristiano como pagano. Amiano comparte el sentimiento de divinidad de los emperadores generalizado en la época, tanto en la vieja como en la nueva religión.

MI VERDAD.- Hombre equilibrado y espíritu libre. Lección para esta época.

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