Torreon, Coah.
Edición:
15-Abr-2024
Año
21
Número:
900
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MI VERDAD / 689


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Por:
Agente 57
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02-02-2019
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POR: AGENTE 57

ARRANCAMOS…México se ha librado, hasta ahora, de caer en un régimen populista. La adulteración de la democracia en nuestro país ocurrió por caminos distintos al populismo. “Termina la era de los caudillos, comienza la de las instituciones”, proclamó Plutarco Elías Calles en 1928. Esas “instituciones” fueron una, el PRI, partido-gobierno-máquina electoral de represión, corrupción y cooptación que, no obstante, evitó la reaparición del caudillismo. Y aunque mantuvo al país en un estado de adolescencia política, el PRI impidió los liderazgos populistas, claramente encarnados, en su tiempo, por Juan Domingo y Evita Perón. Lázaro Cárdenas fue un presidente revolucionario que buscó cumplir al pie de la letra los artículos centrales de la Constitución de 1917. Eso lo convirtió en un presidente popular, no en un populista. Llegado a su límite dejó al poder y, a diferencia de los populistas típicos, jamás utilizo la palabra como medio específico de dominación (le apodan la Esfinge de Jiquilpan). Cuando un presidente llevaba demasiado lejos el culto a su personalidad (Miguel Alemán) y acariciaba el sueño de la reelección (el propio Aléman, Echeverría, Salinas), el sistema tenía límites temporales intocables (de seis años) para acortar sus delirios y aspiraciones. La razón histórica de fondo es clara: el carisma no residía en el presidente sino en la Silla Presidencial. En otras palabras, el presidente era un monarca sexenal absoluto, pero su poder estaba en la institución que representaba, no en su persona. Luis Echeverría, sin tener dotes mayores (o menores) para el discurso público, intentó concentrar personalmente el poder a la manera de un populista, pero cuando quiso crear una base sindical propia por encima de las instituciones vigentes- es decir, del PRI-el poderoso líder obrero Fidel Velázquez lo rebasó temporalmente por la izquierda, amagó con la huelga nacional y lo puso en su lugar. José López Portillo era, él sí, campeón de oratoria y cautivaba a las masas, pero lo hacía más por vanagloria que por ambición. Aunque ambos dieron un uso populista a los recursos públicos y no dejaron de fustigar a enemigos reales o fingidos (al “no pueblo”), su poder era institucional, no personal, y cesaba a los seis años. Y cabe hablar en esos casos de un “populismo institucional”,porque la supeditación de la persona a la institución priva el populismo de su significado. La esencia del populismo está en el vínculo directo (hipnótico, mediático) del líder que arenga al “pueblo” contra el “no puedo” merced a su irrepetible persona, no a su impersonal investidura. En suma, el antiguo sistema político, con todos sus defectos, atajó la regresión caudillista y la deriva populista. En el año 2000 marcó el fin del sistema político mexicano. Con el advenimiento de la democracia y las elecciones libres, hubo alternancia en el Poder Ejecutivo, pluralidad en el Lesgislativo, autonomía del judicial mayor libertad de expresión. Al mismo tiempo, apareció en la escena pública un líder claramente populista, Andrés Manuel López Obrador. Contendió para la presidencia de la República en 2006 (perdiendo con un margen estrechísimo), lo intentó nuevamente en 2012 (y fue derrotado con un margen mayor) y lo intenta nuevamente (con éxito) en 2018. AMLO (como se le conoce) siempre se ha considerado un liberal en la tradición mexicana, un juarista. ¿Es posible ser liberal y populista? ¿O republicano y populista? ¿O demócrata y populista? En el siglo XXI, con el advenimiento de la democracia, la institución presidencial ha dejado su aura tradicional y monárquica. El poder ha quedado disperso espacialmente (en los 32 estados) y limitado funcionalmente por el Legislativo y el Judicial. Hay, además, una mayor libertad de expresión. Pero esa misma acotación institucional del poder ha abierto (como en el caso venezolano) el flanco del populismo, que puede instaurarse con la legitimidad de los votos. El caudillo López Obrador puede aprovechar la dispersión del poder para afirmarse personalmente con “el pueblo”, por encima de las leyes y las frágiles instituciones.

MI VERDAD.- si populista es que un gobernante esté cercano a la gente, y proponga y aterrice programas en su beneficio, ¡Bienvenido! NLDM

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